Fundación Secretos para contar | La reina de las abejas

La reina de las abejas

Jacob y Wilhelm Grimm

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Un rey tenía tres hijos. Un día, dos de ellos salieron en busca de aventuras. Llevaban una vida turbulenta y desordenada que los mantenía alejados de su casa. El hijo menor, que se llamaba Juan Bobo, decidió un día ir en busca de sus hermanos. Cuando por fin los encontró, ellos se burlaron de él diciendo:

—¿Cómo pretendes, siendo tan bobo, triunfar en el mundo, cuando nosotros, que somos mucho más inteligentes, no lo hemos logrado?

Juan Bobo no quiso discutir, y los tres emprendieron camino hasta que llegaron a un hormiguero. Los dos mayores querían escarbarlo y ver cómo se arrastraban las pequeñas hormigas llenas de miedo, pero Juan Bobo les dijo:

—Dejen a los animales en paz. No me gusta que los molesten.

Siguieron andando, y llegaron a un lago en el que nadaban muchos, muchos patos. Los dos hermanos quisieron cazar algunos para asarlos, pero Juan Bobo no lo permitió y les dijo:

—Dejen a los animales en paz. No me gusta que los maten.

Finalmente, llegaron a un árbol en el que había una colmena que tenía tanta miel que se derramaba por el tronco. Los dos hermanos mayores quisieron prender fuego bajo el árbol y asfixiar a las abejas para poder coger la miel, pero Juan Bobo los detuvo de nuevo y les dijo:

—Dejen a los animales en paz. No está bien asfixiarlos.

Un día, llegaron los tres hermanos a un palacio en cuyos establos había caballos de piedra y en donde no se veía a ningún ser viviente. Recorrieron todos los salones hasta que, al final, se encontraron ante una puerta en la que había tres cerraduras. En medio de la puerta había una ventanita por la que se podía mirar hacia el interior de la habitación. Se asomaron y vieron a un hombrecito gris sentado ante una mesa. Lo llamaron una y otra vez, pero el hombrecito no oía, hasta que finalmente se levantó, abrió las cerraduras y salió, y sin pronunciar palabra alguna, los llevó a una mesa repleta de manjares. Cuando los tres hermanos terminaron de comer y beber, el hombrecito llevó a cada uno a su dormitorio.
 

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A la mañana siguiente, el hombrecito fue a la habitación del mayor, le hizo señas para que lo siguiera y lo condujo ante una pared en la que estaban escritas las tres pruebas que debía superar para desencantar el castillo. La primera consistía en lo siguiente: en el bosque se encontraban las mil perlas de la hija del rey. Había que buscarlas, y si antes de la puesta de sol faltaba una sola, el que las buscaba se convertiría en piedra.

El mayor se dirigió allí y buscó durante todo el día, pero cuando cayó la tarde no había encontrado más que cien, y pasó lo que estaba escrito en la pared: se convirtió en piedra.

Al día siguiente, el hombrecito invitó al segundo hermano a hacer la prueba, y no le fue mejor que al mayor. No encontró más que doscientas perlas y se convirtió en piedra.

Finalmente, le tocó el turno a Juan Bobo, y fue a buscar las perlas al bosque. Pero era tan difícil encontrarlas y tomaba tanto tiempo, que se sentó en una piedra y se puso a llorar.

Mientras estaba allí sentado, llegó la reina de las hormigas a las que había salvado la vida, acompañada de un ejército de cinco mil hormigas.

Poco tiempo después, las hormiguitas habían reunido todas las perlas en un montón.

La segunda prueba consistía en sacar del gran lago la llave de la habitación de la princesa.

Cuando Juan Bobo llegó al lago aparecieron nadando los patos que él había salvado, se sumergieron y sacaron la llave del fondo.

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La tercera prueba era la más difícil. Entre las tres hijas del rey, que estaban dormidas, había que elegir a la más joven y más alegre, pero eran tan parecidas como tres gotas de agua. La única diferencia que tenían era que cada una había comido un dulce diferente antes de ir a la cama. La mayor, una cucharada de arequipe; la segunda, un chocolate; y la tercera, una cucharada de miel.

Entonces vino en su ayuda la reina de las abejas, a la que Juan Bobo había protegido del fuego, probó los labios de las tres princesas y se posó en la boca de la que había comido miel: así reconoció el hijo del rey a la más joven y más alegre.

Al instante el hechizo desapareció, y las tres princesas se despertaron y todos los que se habían convertido en piedra volvieron a la vida.

Juan Bobo se casó con la más joven y alegre, y sus dos hermanos se casaron con las hermanas de la princesa.

Luego de la muerte de su padre fue coronado rey, y hoy pocos se acuerdan de que en un tiempo lo llamaban Juan Bobo.